El Pacifista

 Era de noche y estaba jugando en la vereda con alguien como yo, de mí misma edad. Contando las baldosas, mirando los colores y adivinando cuál era su patrón, tanto que podía adivinarlo al ir avanzando por la vereda. Hasta que llegué al final, a la esquina y ahí había un auto que no distinguí bien el color por estar todo tan oscuro. A lo lejos en la otra esquina nos llamaban para irnos, del otro lado estaba todo iluminado parecía ser de día, a solo una cuadra de distancia. Mi amigo empezó a correr para llegar, yo también lo seguí. Pero llegando un poco antes de la mitad de la cuadra, el tiempo se volvió lento hasta que se detuvo y salí empujado de la vereda hacia adentro de un terreno. Mi amigo miró para atrás, puso una cara de preocupación, pero el siguió su camino.

Cuando volví a estar despierto, estaba en la parte de atrás de aquel auto de la esquina. El cerrojo estaba hacia abajo, es decir la puerta cerrada y yo lo levantaba para poder salir de ahí. El hombre que estaba afuera le decía a la mujer que lo volviera a cerrar, y yo lo volvía a abrir. Era un auto viejo, pero estaba bien pintado de azul. Todavía era de noche. ¿Quién interrumpiría mis juegos y para qué?

Me bajé de un colectivo en una especie de estación, que tenía dos boleterías. Había una señora delante mío, que tenía un hueso flotante arriba de su cabeza, como un ícono, y ella me dijo: "Al parecer estamos muertos". Miré un poco más adelante a dónde estaban las boleterías y una decía "Para todos" y la otra "Para Ezequiel Díaz, nótese que él es un Pacifista, si es la primera vez que viene quien tenga sus documentos tráigalos a la ventanilla". Entonces me sorprendí de ver mi nombre en la ventanilla de la derecha, la palabra pacifista estaba en una letra más grande pintada de celeste y blanco. De pronto vino una mujer vestida de verde que traía mis papeles. Un documento verde y uno celeste. La ventanilla de la derecha era extraña, tenía luces y botones. De pronto viene alguien para la ventanilla de al lado, y la maquinaria comenzó a funcionar, yo de pronto estaba analizando aquella persona, describiéndola. Cuando eso terminó, la luz de color rojo quedó prendida, y las otras dos luces rojas no. A continuación se me apunto con dos cañones a la cabeza, que en la punta en vez de tener un orificio tenían un color, parecían cañones, pero eran lápices de colores. Abajo entre las dos ventanillas se formaron unas filas con los colores que fue lanzando la máquina, según yo le fui describiendo a las personas que venían. Eran las banderas de los equipos de fútbol latinoamericanos. Boca, River, y los demás de derecha a izquierda haciendo filas.

En mi barrio oscurecido por la noche me encuentro con mi hermano y me dice "¿Tenes que ir?" haciendo referencia a la ventanilla de los equipos. "Ya vas a estar vivo", me dice, "por lo menos vas a pagar la copa libertadores". Allí había unos monitores gigantes de celeste y blanco como la bandera argentina. Que era lo único que iluminaba la oscuridad del lugar.

Podía haber sido cualquiera de las dos mi existencia, seguir contando baldosas en la vereda para siempre o hacer algo similar en la otra esquina iluminada, o bien lo que realmente sucedió: juntar personas en equipos coloridos, según me pareció, ser "el pacifista".

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