El ave de Eternia

 En una danza qué no parecía tener fin, el ave roja y el ave gris flotaban en el aire. El ave gris envolvió al ave roja en una especie de esfera y el ave roja quedó atrapada. Así es como nací.


Las aves en Eternia surcan los cielos a gran velocidad. Recorren el espacio exterior ya que no necesitan oxígeno. De todas formas no van muy lejos. No suelen ir a la luna.

Un día de tantos quedé atrapado en un bucle infinito. Producto de mi imaginación. Así que no podía escuchar a las demás aves en su totalidad. Solo en ciertos momentos. Corrí a gran velocidad por un camino qué me llevó a un mar vertical y me hundí en el. Así es como morí...

Pero las aves de Eternia no mueren por mucho tiempo. Así que de la danza de dos aves volví a nacer. Esta vez busqué un lugar seguro donde estar. Y encontré un viejo lugar secreto de metal fundido con una llave indescifrable. No fue tan difícil para mi entrar ya que mi huella era la llave. Mi único lugar seguro en el mundo.

Un viejo castillo con una gran ventana circular. Que a lo largo de los años fue desapareciendo. Mientras más me encerraba en el castillo, más oscuro se volvía y no dejaba entrar la luz.

Un día me despertaron y me vinieron a visitar. Necesitaban mi huella para un viejo trato. Antes que nada... Le dije al anciano: Dime quien soy. Ya lo había olvidado de tantas veces que había muerto y vuelto a la vida. El me respondió: eres el hijo del lirio, del río qué cruza el castillo...

Una vez estaba muriendo de una forma extraña, tal así que en vez de sangre salían papeles de colores de mi boca. En los papeles se podía leer mi vida pasada y futura. Se acercó un perro a mi lado...

Finalmente como la mayoría de las aves de Eternia... Me convertí en humano. La vida tenía un inicio y un fin ahora.

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